LA COSTUMBRE
En nuestros días, todos los hombres, desde el primero hasta el último, viven bajo la mirada de una censura hostil y temible. No sólo en lo que concierne a otros, sino también en lo que concierne a sí mismos, el individuo o la familia no se preguntan: ¿qué prefiero yo?, ¿qué convendría a mi carácter y a mis disposiciones?, ¿qué es lo que serviría mejor y daría más oportunidades a que se desarrollen nuestras facultades más elevadas?; pero sí se preguntan: ¿qué es lo que conviene a mi situación?, o ¿qué hacen generalmente las personas de mi posición y de mi fortuna?, y lo que es peor, ¿ qué suelen hacer personas de una posición y fortuna superiores a las mías? No pretendo decir con esto que prefieran la costumbre a lo que va de acuerdo con su inclinación personal: lo que ocurre, en realidad, es que no conciben gusto por otra cosa que no sea lo acostumbrado. De esta forma el espíritu humano se curva bajo el peso del yugo; incluso en las cosas que los hombres hacen por puro placer, la conformidad con la costumbre es su primer pensamiento; su elección recae siempre sobre las cosas que y se hacen siguiendo lo acostumbrado; se evita, como si fuera un crimen, toda singularidad de gusto, cualquier originalidad de conducta, si bien, a fuerza de no seguir el dictamen de su natural modo de ser, no posean ya ningún modo de ser que seguir; sus humanas capacidades se resecan y agotan así: quedan los hombres incapacitados para sentir ningún vivo deseo, ningún placer natural; no poseen ya generalmente ni opiniones ni deseos que les sean propios. Entonces, ¿puede esto pasar por una sana condición de las cosas humanas?
John Stuart Mill (1806-1873)